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A echarse un palo volador

“Vámos, tenemos que quemar a esa mujer, es una bruja”… 

Ese fue un grito que se puso de moda entre los años 1420 y 1430.

 En aquellos tiempos, las mujeres vestían faldas hasta los tobillos, calzonzotes de manga larga, y tenían prohibido cualquier tipo de pensamiento o acto impuro o cachondón.

Pero, el cuerpo es cuerpo, la carne pide carne, el calor clama calor y, si no había un macho ahí para satisfacer esas necesidades, pues se tenían que buscar métodos alternos de los cuales no se podía hablar en público por que eran temas prohibidos; ese tipo de actos eran lo peor del mundo, vetados por todas las leyes y, por lo mismo, debían de hacerse en secreto, como si fuera un crimen, como matar… matar a un oso a puñaladas.

El sexo, ese bello acto de satisfacer nuestras necesidades físicas y emocionales, no era visto así en aquella época; ese acto sólo se hacía y servía para hacer chamacos, y el placer jamás estaba implícito, al menos no para las mujeres, ellas nomas aguantaban el paliacate y fin. Hace más de 500 años, cuando una dama tenía esa necesidad de calmar el calor que la invadía desde lo más profundo de su ser, no podía decirle a su hombre (si es que estaba ahí a la mano) que le ayudara a calmar ese furor, porque sería catalogada como piruja, zorra, libertina, wila y puercota.

En el mejor de los casos esperaba que a su mariachi le entraran (así como a ella) las ganas de ponerle y aventarse una lucha a dos de tres caídas sin límite de tiempo, para entonces calmar un poco esa sed de pasión que le devoraba. ¿Y si no estaba el hombre cerca? Buscarse otro para calmar su sed era aún peor, así que es ahí donde echaba mano (literalmente) de su creatividad para autosatisfacerse, echarse una paja, toquetearse, hacerle al DJ, peinar a la nutria, rechinar la pantufla o, como se le dice comúnmente, masturbarse.

 Pero algunas veces era tanta la calor, que no les alcanzaban los dedos de las manos para darse lo suyo, y tomaban auxilio de uno de sus aditamentos mas fieles y confiables del hogar… la escoba... bueno, el palo de la escoba. Envueltas en su pasión, dándose todo el placer necesario, cachondas, encueradas, montadas y cabalgando a todo galope sobre el palo de la escoba, se desconectaban de la realidad.

Gimiendo como yegua salvaje sin pudor alguno, llamaban la atención de quien estuviera por ahí cerca, y al entrar y verles en esa escalofriante escena, optaban por no revelar los orígenes verdaderos de el acto, cambiando el motivo real de una pinche calentura endemoniada por una posesión endemoniada. Decían que habían sido poseídas por el chamuco, y que él les había ordenado encuerarse y bailar de esa forma con la escoba.

Todo eso para no ser catalogadas o juzgadas como puercas e impuras; preferían ser juzgadas como Brujas, ayudantes del patas de cabra y ser llevadas al tribunal, donde casi siempre eran declaradas culpables de servir al mal y eran quemadas en la hoguera.

 Ahora tiene más sentido la imagen de una bruja así, montada en su escoba voladora, ¿no?

Por eso les digo hoy en esta columna, no dejen que les digan brujas insatisfechas, mejor dense duro.

Ya verán cómo calman ese calor endemoniado y de paso se queman...pero unos cuantos cientos de calorías extras, en la hoguera sabrosa y cachonda de la masturbación .

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