Cuando uno, como macho cavernario, busca la relación entre tecnología y mujeres, es inevitable pensar de inmediato en sus fieles aliados como: la plancha, la batidora, el tostador, el microondas, las tenazas para las greñas, la licuadora y, ya si eres acá de la nueva onda milenial’s, pensarás en esos menesteres de alta tecnología femenina llamados “dildos”.
Desgraciadamente eso es lo más vendido el día de las madres (a excepción de los dildos), y hasta cierto punto es aceptable; sí, es aceptable que unos hijos de la chingada como lo somos o lo hemos sido todos alguna vez, hiciéramos esta chulada de regalo. Digo, es un regalo “digno” pa’ salir del paso y no llegar con nuestra cara de güey. Peroooooooooo… ¿Qué pasa cuando se debe de pensar en cómo usar la tecnología para salvaguardar la integridad de las mujeres?
Obviamente, esa tarea no la tenemos encomendada (oficialmente) ninguno de nosotros, para eso pagamos impuestos -y un chingo, digo yo-, para que las autoridades tomen una parte de toda esa marmaja que nos chingan modesta y disimuladamente de nuestras quincenas y hagan un plan inteligente, certero, eficaz y con lo más avanzado de la tecnología disponible en nuestro país. Tenemos uno de los institutos de ingeniería con más alto reconocimiento a nivel internacional, del cual han surgido ideas fabulosas como la tinta indeleble, (sí, esa chingadera que te embarran después de votar, que tarda como 7 días en caerse y que al tercero parece que se te esta pudriendo el dedo), o el descubrimiento que hizo una estudiante y que con sólo una inversión de 15 mil pesos desarrollo y patentó: la asquerosa, pero muy efectiva baba de caracol, que sirve para desvanecer la celulitis. Un poco más antiguo, pero sin duda uno de los grandes inventos Aztecas, es el televisor a color. Y sin duda alguna, llegó a nosotros gracias a un cerebro mexicano La lluvia sólida (estemmm… esa aún no se qué diablos es, ni cómo funciona, pero de que es chingona es chingona).
En fin, de que hay potencial altamente creativo en nuestro país, lo hay; entonces, cuando escuché que presentarían un programa innovador, un sistema tecnológico que hará simbiosis con las mujeres para que salgan a las calles sin temor de ser sabroseadas, hostigadas o violentadas al andar por ahí en el transporte público de nuestra CDMX (antes defectuoso), yo imaginé una aplicación tipo botón de pánico, enlazada directamente al smartphone y que, en caso de una situación de peligro, ésta emitiría una señal vía GPS, facilitando la ubicación de la mujer, y así los valientes cuerpos de policía asistirían a ese llamado de auxilio… Digo, recursos y tecnología disponible para hacerlo, los hay…
Pero no, no, señoras y señores; el novedoso sistema implementado por nuestras autoridades y gobierno, la herramienta tecnológica para auxiliar a las mujeres de un potencial acoso es UN SILBATO (¿Es neta?) El invento bautizado por la banda como #ElPitoDeMancera es lo que se encargara de salvar a las mujeres de un peligro potencial.
Es de machos reconocer que el Señor Jefe de Gobierno no es nada feo; pero yo, si me sintiera amenazado, lo último que haría sería ponerme un pito en la boca, ¿y ustedes?
Desde tiempos inmemorables el hombre se ha dicho mandón, superior, chingón y el mejor en todo lo que se le pueda comparar con una dama, si embargo, el poder de mando cambia dentro de la casa, ¿o no ? En 1975 la ONU decretó el 8 de marzo como el día internacional de la mujer, pero se sabe por estudios paleontológicos y vestigios arqueológicos que desde la época de las cavernas la que ha mandado desde siempre dentro de la cueva es la hembra, la fémina, la dama, la esposa, la novia, la mera mera petatera. Siempre hemos visto a los galanes del cine mexicano como el estereotipo de macho bragado, de esos bien “hombres” que pueden y tienen a todas las mujeres que quieran a sus pies. Desde Jorge Negrete, hasta Mauricio Garcés, pasando por Agustín Lara (que más que guapo, tenía harto sentimiento a la hora de endulzarle el oído a las morras de su época), el súper galán Wolf Ruvinskis y el preferido de muchas: Pedro Infante. Todos ellos, con su apariencia de “todas mías”, siempre tuviero
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